2 feb 2011

¿Es razonable la fe cristiana? Capítulo 4


¿Existe un juicio tras la muerte?


El hecho de que tengamos conciencia moral nos hace presentir dos cosas: en primer lugar, que existe en nosotros algo más que materia, y, por tanto, no todo termina con la muerte. Y en segundo lugar, que el Ser Supremo que ha puesto en nosotros la noción del bien y del mal tendrá que pedir cuentas a los hombres de los actos buenos y malos realizados en la presente vida.





Para ser justo tal juicio, debería efectuarse teniendo en cuenta dos factores:

1.° La cantidad y carácter de los males cometidos.
2.° El conocimiento de la voluntad de Dios, o sea, el grado de educación moral que hayan tenido los ejecutores de tales ofensas.

La Biblia nos declara que así será. Jesús afirmó que en el juicio sería mucho más tolerable el castigo  de los habitantes de Sodoma y Gomorra que el de los de Corazin, Bethsaida y Capernaum. ¿Por qué? Porque estas últimas ciudades habían tenido el privilegio de hospedar al mismo Hijo de Dios hecho hombre y  escuchar sus enseñanzas, y los habitantes de las primeras no lo habían tenido.
Algunas personas se preguntan: ¿Pero es posible que un Dios bondadoso haya de castigar a los seres
humanos por los delitos o faltas a la ley moral cometidas durante su vida?
Que el Creador es un ser tan grande como inteligente y lleno de bondad, nos lo prueban las cosas buenas de las cuales, con previsión admirable, nos ha provisto en la Naturaleza. Pero al par que bueno, tenemos también razones para creer que ha de ser justo, y ello es lo que nos indica nuestra propia conciencia.


Las leyes de Dios son inflexibles

Observamos en la Naturaleza que las leyes de Dios son inflexibles. Si faltamos a cualquiera de ellas, se derivan consecuencias desastrosas, ya sea la ley de la gravedad, de la química, las electrónicas o cualquiera otra. Del mismo modo que hay leyes que regulan las funciones de la materia, existen leyes para los espíritus. ¿Será menos exigente Dios para con las leyes morales que lo es en cuanto a las leyes materiales? No lo creemos. La Sagrada Escritura nos dice que «la paga del pecado es muerte», que «el alma que pecare, esa morirá». En muchos lugares se nos asegura que la justicia divina castigará incluso aquellos pecados que nos parecen leves y de poca monta. No vale el que nosotros nos consideremos a nosotros mismos bastante buenos. 
La Sagrada Escritura dice: «Si  nuestro corazón no nos reprende, mayor es Dios que nuestro corazón y conoce todas las cosas». No nos podemos fiar, pues, de nuestra propia conciencia porque no somos nosotros los que tenemos que juzgarnos a nosotros mismos, sino un juez infinitamente más justo y severo, el cual conoce todas las cosas; y si nos encuentra no aptos para vivir en las mansiones felices que la Sagrada Escritura llama «el Reino de los Cielos», tendrá que recluir nuestros espíritus, de una manera misteriosa (que a nosotros no nos es dable ahora conocer), a la morada que la misma Escritura describe con vivos colores como lugar de condenación.
Aptitud necesaria 
No se trata de la amenaza de un sacerdote católico o de afirmaciones imaginativas de algún pastor  reformado, sino que es Cristo mismo quien declara que se verá obligado un día a rechazar de su presencia a muchos seres humanos, incluyendo algunos que pretendieron ser sus discípulos, a quienes tendrá que decir: «Apartaos de mí, que no os conozco», y nos asegura que los tales recibirán una condenación de acuerdo con su culpabilidad justamente establecida, mayor que la de muchos paganos. Hay muchas opiniones acerca de este grave peligro del cual Cristo nos advierte, y no queremos presentarlo de alguna manera que contradiga la noción de justicia que todos reconocemos debe poseer el Creador en grado superlativo. 
Creemos que se ha abusado de este tópico de la condenación, de modo que, tratando de entrar en detalles que no se encuentran en el Evangelio, se ha ido más allá de lo justo, y procurando extremar la idea de peligro se ha llevado a muchas personas a pensar que no existe peligro alguno. Pero, amigos, es tan irrazonable creer que la simple materia fuera capaz de organizarse a sí misma creando pensamiento y conciencia moral (justamente lo que ella no posee) como suponer que exista tal Ser moral e inteligente, superior a la materia, pero que es indiferente al bien y al mal, y no ha de llamar jamás a los hombres a juicio.

Jesucristo mismo aseguró que hay un juicio para los hombres en el más allá, más terrible que la  misma muerte, cuando dijo: «No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer. Pero os mostraré a quién debéis temer: Temed a Aquel que después de haber quitado la vida tiene autoridad para echar en el infierno, sí os digo, a éste temed» (Lucas 12:4, 5).

Muchos dicen que ellos no han hecho mal a na-die, y Dios no puede castigarles, pero lo cierto es que aun cuando no seamos criminales de la peor ralea, sería terrible descubrir, al fin, que nos hemos equivocado en cuanto a la medida de justicia que atribuimos al Ser Supremo y que somos más responsables de lo que nos parecería ante aquella perfección absoluta que en términos teológicos llamamos santidad.
Descubrimiento fatal


Esto lo sabremos todos en el plazo brevísimo de unos pocos años, quizás antes de finalizar el presente. No es, pues, cosa de mirar con indiferencia tan importante asunto.

Aun cuando no conozcamos en detalle, ni comprendamos exactamente lo que Cristo quiso indicarnos al hablar de condenación o perdición y se haya abusado mucho de esta ignorancia para proclamar doctrinas más allá de lo que la Biblia dice, comprendemos que aislar a los seres imperfectos de aquellos otros que cumplen perfectamente la voluntad de Dios es una exigencia moral, que se hace  evidente a nuestra razón. Si un padre de familia numerosa viera a uno de sus hijos caer enfermo de un mal contagioso, tendría que aislarlo, por mucho que le amase. 
El amor a los demás hijos le obligaría a mostrar una aparente severidad con el paciente. Este es el caso de la enfermedad moral que se llama pecado, en relación con los miles de millones de seres morales que deben poblar el casi infinito universo. Recordad que Jesús nos enseñó a pedir: «Sea hecha tu voluntad en la tierra como se hace en los cielos». Pecado es, pues, no cumplir la voluntad de Dios. Es no amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Cierto que ha habido conceptos falsos de pecado, que conviene rectificar.

Sin embargo, el pecado es una triste realidad que, tras haber causado gran infelicidad a muchas vidas a través de los siglos, está precisamente ahora en riesgo de terminar con la misma vida humana sobre el hermoso planeta Tierra. Y si hay otra vida, como presentimos, y hemos expuesto en charlas anteriores, ha de traer consecuencias no menos lamentables a los culpables al otro lado de la muerte.

Y debemos tener en cuenta que la Sagrada Escritura declara que todos estamos contagiados de esta plaga moral. «No hay justo ni aun uno –dice san Pablo–, todos pecaron y legalmente están destituidos de la gloria de Dios.»

No obstante, no tenemos razón para desesperarnos, ya que Dios ha provisto un remedio fácil y eficaz para el pecado humano. Vamos a ver en los próximos capítulos el modo maravilloso en que Dios ha hecho posible la supresión del mal y del pecado. 
Tomado del libro: ¿Es razonable la fe cristiana? (Samuel Vila) pags. 24-29

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