2 feb 2011

¿Es razonable la fe cristiana? Capítulo 3


¿Somos animales desarrollados?

Hoy en día son pocos los que niegan de un modo absoluto la existencia de Dios, aunque varían mucho los conceptos de tal idea. Lo que más se pone en tela de juicio es la existencia de un alma espiritual en nosotros; sin embargo, hay muchas razones que nos inducen a suponerlo. La Biblia declara que el hombre ha sido creado a «imagen y semejanza de Dios», y por lo tanto es mucho más que un animal desarrollado, como muchos afirman sobre la base de hipótesis muy lejanas e inseguras. Los animales tienen cuerpos y hasta cerebros maravillosos, pero sus facultades no corresponden a las que debe poseer el Creador y organizador de la materia física.
 
 
 
El hobre un pequeño creador

Se ha observado que los animales hacen todas las cosas atraídos por sensaciones físicas externas. Comen cuando tienen hambre, beben cuando tienen sed, huyen cuando oyen algún ruido sospechoso. 
 
Todo lo restante lo hacen, por admirable que sea, por un impulso interior que se llama instinto; no hay en ellos iniciativa intelectual ni tampoco progreso. La abeja construye un panal de celdillas exagonales que deja pasmado al más sabio geómetra, pero es obra de la especie, osea, de Dios; por medio del instinto, no suya propia. 
 
Podríamos compararlo a una grabación interna que dicta a todos los individuos de cada especie el mismo texto, de generación en generación, pero el hombre no sólo tiene facilidades para imitar o  aprender de memoria, sino que puede crear. El arquitecto, el carpintero, la modista, son creadores de objetos en su mente, a los cuales sólo falta darles forma material, lo que harán después con sus manos. Como alguien ha dicho, ¿a quién se parece este pequeño creador de la tierra sino a su Padre el Creador Supremo de los cielos?
 
 
La compasión y el remordimiento, no son fruto del cerebro

En segundo lugar, el hombre tiene sentimientos morales, conserva sentimientos de compasión, no sólo hacia sus hijuelos, durante una corta temporada, como ocurre con los irracionales, por mero instinto, sino que puede compadecerse de otros seres que sufren, lo que los animales no pueden hacer. Y si no fuera por el pecado que ha desfigurado la imagen divina que el Creador puso en nosotros, se destacaría mucho más este superior instinto de amor y buena voluntad hacia nuestros semejantes.
 
Por la misma razón poseemos conciencia moral. ¿Quién es este yo que se levanta contra el otro yo  para juzgarle y condenarle en nuestro fuero interno, aun cuando el motivo de la reprensión sea algo  favorable a nosotros mismos? ¿Es un nervio que reprende a otro nervio? ¿Una neurona contra otra neurona? ¿Es –en una palabra– la materia condenando a la materia? 
 
El animal se encuentra completamente satisfecho cuando puede saciar sus instintos, devorando a otros seres más débiles,  pero el hombre es atormentado por su conciencia si aquella satisfacción es en perjuicio de un prójimo. 
 
¿Por qué? Porque Dios es justicia y llevamos algo de este atributo divino dentro de nosotros mismos. Estos vestigios que nos quedan de la imagen de Dios en nosotros prueban nuestro origen superior, y, como consecuencia lógica, un destino mucho mejor y más elevado que el que nos presentan los filósofos de la Nada.
 
 
Computadora y secretario

Algunos dicen que nuestra alma es el cerebro. Pero esto es simplemente confundir el instrumento con el ser. El instrumento material no puede ser la causa eficiente de nuestro yo creativo, ni sustituir a nuestro yo consciente. ¿Cómo una vibración del tímpano puede convertirse en un sentimiento de odio o de amor, de placer o de tristeza? ¿Quién se alegra o entristece en o dentro de nosotros? ¿Son las neuronas
 
o células cerebrales? No, éstas son meros agentes transmisivos de las ideas. «Yo estoy triste con la  noticia que acabo de recibir» no puede traducirse por: «Ciertas vibraciones que he recibido por el tímpano de mis oídos, han puesto tristes a las neuronas de mi cerebro».

¡No! Sin el «yo» consciente, las más admirables operaciones de la perfectísima computadora del cerebro, nada son ni significan. El cerebro es la oficina del alma, maravillosa a todas luces en su configuración, y esto es otra prueba de la existencia de un Autor sapientísimo en la Naturaleza. En esta maravillosísima computadora de carne, el alma archiva sus recuerdos. 
 
Pero debe haber algo más que un archivo; debe existir, y existe sin duda, el secretario dueño del archivo. Vamos a poner un ejemplo muy sencillo que todos podemos comprobar. Cuando olvidamos alguna cosa que la tenemos como vulgarmente se dice– en la punta de la lengua, alguien recuerda que otros detalles están allí, pero que no dispone de ellos. Quizás es el nombre de una ciudad o de una persona… ¿Quién es el que posee el recuerdo del hecho o de la cosa, pero carece del detalle perdido y lo manda buscar dentro del archivo físico de neuronas? ¿Quién es el que sabe que lo sabe, que lo debe saber, pero no lo recuerda en aquel preciso momento? No es nada ni nadie material, es sin duda el yo extrafísico que llamamos alma. 
 
Ningún filósofo materialista puede dejar de observar en la raza humana fenómenos mentales que tras ienden totalmente las cualidades de la materia. Ni aun estudiando la materia en su forma esencial, es decir, como átomos formados por electrones, protones, neutrones y partículas alfa, etc., puede nadie imaginarse cómo pueden ser estos infinitesi-males elementos o núcleos de energía (como quiera llamárseles) el origen del pensamiento. Pueden ser agentes de la mente, como lo es el fluido eléctrico que pasa por el hilo telefónico, pero es imposible imaginarse a tales elementos como causa del pensamiento y de las cualidades reales del espíritu, como son el odio y el amor, la abnegación, la virtud o la maldad. 
 
 
 
¿Quién inventó la computadora?

 
Y aun ante la hipótesis de que el secreto de la inteligencia se hallara en estos elementos materiales, no queda justificado el materialismo, pues es a todas luces evidente que antes de que brotase la inteligencia debió existir un Ser pensante, supermaterial, que ideó desde el principio de qué forma debía hacerse para que tales materiales –o sea, lo que los neurólogos llaman células cerebrales, neuronas, fibras nerviosas, etc.– llegaran a producir la admirable luz del pensamiento.
 
Ya que es totalmente insensato e inadmisible atribuir tal complicadísima y a todas luces intencionada invención y organización de estos elementos a la simple casualidad. 
 
 Mientras la ciencia no haya descifrado de un modo absoluto e innegable ambos misterios, tanto el de la organización del Universo como el de la mente humana, tenemos lugar para la creencia en la espiritualidad del alma, considerándola como un ente superior al cuerpo físico, si bien muy ligado a su presente habitación material.
 
 
 
Tomado del libro:¿Es razonable la fe cristiana? pag. 18-23

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