27 ene 2011

¿Es razonable la fe cristiana? Capítulo 1



¿Existe Dios?

Muchos hombres, al llegar a la edad de la razón, no pueden menos que hacerse preguntas como las que yo me hice allá por los 14 años, cuando empecé a dudar de la fe que me habían enseñado mis padres.
No soy ya un niño –me dije–; no quiero ser un hipócrita aparentando creer lo que no sea cierto. Hay quienes dicen que no hay Dios y otros afirman que lo hay.
                                 
         ¿Existe Dios o no existe?

Pero si no hay Dios, ¿de dónde proceden todas las cosas que nos rodean organizadas de un modo tan admirable? ¿Es producto de la casualidad el mundo y sus maravillas? No parece posible, pues serían demasiadas casualidades acertadas.

Estudiaba con afán las hipótesis de la teoría de la evolución. Leí varias veces los tres tomos de El origen
de las especies, de Carlos Darwin. Algunos con-ceptos me parecían razonables, mientras que otros supuestos me parecían totalmente imposibles y absurdos a menos de intervenir en ellos un poder inteligente, un propósito intencionado superior a todo el esfuerzo o deseo de los seres vivientes en su proceso de evolución.


No me parecía lógico que el simple deseo de ver de un animalito ciego, bastara para crear el maravillosísimo glóbulo del ojo, tan parecido a una cámara fotográfica, muchísimo más complicada y perfecta que la inventada por los hombres, ya que está formada por elementos mucho más sutiles que el acero o el plástico, e incluye en su inimaginable pequeñez los órganos necesarios para producir no sólo la visión, sino también la transmisión, o –diríamos hoy– la televisión al interior del cerebro. Lo mismo me decía acerca del oído, con su tímpano, huesecillos intermedios y órgano de Corti para la transmisión de los sonidos al interior del cerebro; y sobre todo de la asombrosa computadora que representa el cerebro, localizado en el interior del cráneo.


Y ante semejante duda surgían con redoblada fuerza aquellas preguntas aún más importantes, por afectarme más personalmente; es decir: ¿qué pasa cuando morimos?, ¿quedamos reducidos a la nada, o existe algo superior a la materia que permanece vivo aparte de nuestro cuerpo?

En otras palabras, ¿es nuestro «yo» materia o es espíritu? Todo ello me trajo al siguiente dilema: o bien la materia es la causa y origen de todas las cosas que existen, o bien un Espíritu Universal, anterior a la materia, es la causa de ésta y también de su admirable organización.


¿Cuál de estas dos respuestas es la más razonable? No hay que negar que ambas son misteriosas. Que Dios exista desde la eternidad es algo difícil de concebir, pero no lo es menos el suponer que la materia existe de por sí desde siempre. Algo empero debe haber existido de por sí, pues de la nada ninguna cosa puede salir. Si alguna vez no hubiese existido nada en el Universo, nunca hubiera 9 llegado a existir nada, pues la nada no puede producir nada.



De los dos misterios, ¿cuál es el más razonable y probable? Si lo eterno es la materia, ¿cómo pudo la materia inteligente organizarse a sí misma como lo vemos en la disposición de los elementos, la tierra, el aire, el agua, las lluvias, las estaciones y los órganos tan maravillosos que poseen todos los seres vivos?

¿Cómo se puede iniciar o formar la inteligencia de materia ininteligente? Nadie puede dar lo que no tiene. Ahora bien, la materia simple, lo que conocemos, tocamos y palpamos, constituido por lo que científicamente se llaman moléculas de diver-sas sustancias, no poseen inteligencia de por sí; sin embargo, se hallan organizados como si la tuviesen. Cada cosa, cada elemento del universo, así como cada miembro de los cuerpos vivos, se halla en su lugar, formando todo ello mundos y seres verdaderamente maravillosos.

Esto significa, me decía a mí mismo, que no somos huérfanos como seres inteligentes en un universo inmenso de materia inerte e ininteligente, sino que tenemos un padre: aquel Padre Celestial que vino a revelarnos Jesucristo; y que no existimos por pura casualidad, pues ello es hasta irracional el pensarlo. Por otra parte, sentimos que la vida es demasiado corta para ser el objetivo absoluto de los maravillosos dones y aspiraciones que parecen ser originados por el mismo Ser indudablemente sapientí-simo y poderoso que ha puesto en orden el universo.


Apenas se ha dado cuenta el hombre o la mujer de algunas de las maravillas que le rodean cuando ya le llega el tiempo de partir o de dejar de ser, según las apariencias. Seguramente Dios no trajo el espíritu del hombre al alto grado de desarrollo alcanzado por la raza humana sin otro propósito que el de hacerlo desaparecer en la nada. Alguien ha dicho que o bien tenemos que figurarnos a Dios como un niño que se entretiene en hacer burbujas de jabón por el puro gusto de verlas desaparecer, o bien hemos de pensar de Él como de un padre que está educando a una familia de hijos para la eternidad.



Me preocupaba mucho ver que la inmensa mayoría de tales criaturas se hallan en condiciones pésimas para realizar tal educación. Esto sería cruel y absurdo si todo terminara con la muerte; pero resulta todo más comprensible y más lógico, si la vida presente es solamente una etapa de nuestra existencia, la inicial, ya que no tenemos recuerdo de ninguna cosa anterior a nuestro nacimiento (por más que algunos lo pretenden, aunque al menos no es la experiencia común en los seres humanos).


Por consiguiente, debemos preocuparnos acerca de cuáles son los propósitos de este ser inteligente para con la raza humana, la única que puede darse cuenta de que vive y le repugna la idea de morir. De otro modo, sería la vida y la historia de la humanidad un conjunto de atroces injusticias, y nosotros no somos animales para conformarnos con esto, sino que tenemos conciencia moral.



Del mismo modo que no somos más sabios que el Creador (la Naturaleza bien nos lo prueba), tampoco es posible que seamos más justos que Dios, y así resultaría si todo terminara con la muerte.


Tomado del libro: ¿Es razonable la fe cristiana? págs.7-10
Autor: Samuel Vila

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